¿UN MUNDO FELIZ?
En defensa de la ingeniería del paraíso
Un mundo feliz (1932) es una de las obras de la literatura más cautivadoras e insidiosas de la historia.¿Es esto una exageración?
Tristemente, no. La novela se ha convertido en el falso símbolo de todos los regímenes de felicidad universal.
No cabe duda de que Huxley escribió una obra de ficción satírica, no una profecía científica, por lo que al tratarla como un mal intento de hacer futurología en vez de la gran obra de la literatura que en realidad es, perdemos de vista lo importante de su obra maestra. La respuesta instintiva que nos ha hecho asociar Un mundo feliz con todo tipo de plan para conseguir la felicidad de maneras químicas ha retrasado las investigaciones en torno a la ingeniería del paraíso para toda la vida sintiente.
¿Cómo hizo Huxley para convertir un futuro donde todos somos teóricamente felices en una distopía arquetípica? ¿Por qué estaría mal usar la biotecnología para eliminar por completo el dolor mental, si contamos con la capacidad técnica para lograrlo?
Un mundo feliz es un lugar perturbador, sin amor y hasta perverso, porque Huxley le otorga a su sociedad "ideal" características diseñadas a propósito para alienar a su audiencia. Normalmente, la lectura de UMF no provoca en la audiencia una sensación de expectación jovial, sino los mismos sentimientos inquietantes que en teoría han sido eliminados de la sociedad que la novela presenta. En Nueva visita a un mundo feliz (1958), el mismo Huxley describe UMF como una "pesadilla".
Por lo tanto, la novela no evoca lo maravilloso que serían nuestras vidas si reescribiéramos de manera inteligente nuestro genoma, ni tampoco su autor pretendía que lo hiciera. En la era de la medicina posgenómica, es probable que nuestro ADN sea empalmado y editado para que alcancemos la felicidad perpetua, gocemos de experiencias extraordinarias y consumamos un espectro de drogas de diseño de una calidad excepcional. Tampoco el tono favorable que usa Huxley para describir la vida en las Reservas para Salvajes transmite el grado de horror que puede alcanzar el antiguo régimen de dolor, enfermedad y melancolía. Si alguien piensa que sí lo hace, entonces se ha criado en una burbuja envidiable y cuenta con una imaginación acogedora. Pues, en realidad, no es más que un intento de dorar la píldora con seudorrealismo.
En Un mundo feliz, Huxley se las ingenia para aprovecharse de las inseguridades que siente su audiencia burguesa tanto sobre el comunismo soviético como sobre el capitalismo fordista estadounidense. Se aprovecha de nuestra aversión al condicionamiento pavloviano y la eugenesia y procede a alimentar estos sentimientos de repulsión. Peor aún, sugiere que el costo de la felicidad universal será sacrificar las doctrinas más sagradas para nuestra cultura: "maternidad", "hogar", "familia", "libertad" e incluso "amor". Este intercambio crearía una felicidad insípida que no merecería ser llamada felicidad. Evocarla nos crea angustia y repulsión.
En UMF, la felicidad proviene del consumo de bienes masivos, deportes como el Golf de Obstáculos y la Pelota Centrífuga, el sexo promiscuo, el "sensorama" y, el más famoso de todos, la droga del placer supuestamente perfecta: el soma.
Para ser una droga perfecta de placer, el soma es decepcionante. No es para nada una maravillosa droga utópica. Sí entrega un subidón, pero su efecto se parece más a un tranquilizante que no deja resaca o a un opioide (o a un ISRS que produce anestesia psíquica, como el Prozac) que a un verdadero elixir para transformar la vida. En cambio, la neurofarmacología del tercer milenio ofrecerá una línea de productos mucho más amplia de drogas de diseño.
Para empezar, el soma es un euforizante bastante unidimensional. Produce un bienestar superficial que no realza la empatía y que carece de interés intelectual. Al parecer, el consumo de soma no le da más que placeres comunes a Bernard Marx, el desafecto especialista en aprendizaje durante el sueño. Tampoco hace que esté contento con su lugar en la vida. John, el Salvaje, se suicida poco después de consumir soma [¿debido a la culpa y la desesperanza producidas por el agotamiento de serotonina?]. Se dice que esta droga es mejor que el sexo promiscuo, el único tipo de sexo que practican los habitantes del mundo feliz. Pero el régimen de soma no entrega experiencias sublimes ni enriquecedoras. No cataliza epifanías místicas, progresos intelectuales ni reflexiones decisivas para la vida. No promueve de forma alguna el crecimiento personal. Por el contrario, el soma otorga una "felicidad estúpida", falsa y carente de estímulos intelectuales; un escapismo vacuo que vuelve a las personas cómodas con su falta de libertad. El fármaco disminuye la resistencia a ser influenciado y deja a sus usuarios vulnerables a la propaganda gubernamental. El soma es un narcótico que levanta "un muro impenetrable entre el universo propiamente dicho y sus mentes".
Si Huxley hubiera querido tentar a criaturas de emociones primitivas como nosotros con la idea de un nirvana biológico (en lugar de repelernos), podría haber concebido drogas utópicas que reforzaran o enriquecieran nuestros ideales más preciados. Quizás en nuestra imaginación, a través de habitantes del mundo feliz que hubiesen sido dotados de un enriquecimiento químico, podría habérsenos permitido convertirnos en versiones idealizadas del tipo de persona que nos gustaría ser. En este escenario, los utopianos también podrían haber usado el condicionamiento conductual para promover, en vez de socavar, un conjunto de valores más empáticos para la sociedad civilizada y la buena vida. Del mismo modo, la biotecnología podría haberse utilizado en UMF para codificar una satisfacción perpetua, gradientes de felicidad sensibles a la información y superintelectos para todos sus habitantes, en vez de usarla para construir un rígido sistema jerárquico de castas genéticamente predeterminadas.
Pero Huxley tiene un propósito completamente distinto en mente. Su objetivo es advertirnos del utopismo científico. Y tiene demasiado éxito. Aunque tendemos a ver a otros, en especial a los hipotéticos habitantes del mundo feliz, como víctimas desafortunadas de la propaganda y la desinformación, podríamos ser nosotros quienes hemos sido embaucados.
Pues Huxley realiza una difamación muy efectiva al tildar de "antinatural" justamente el tipo de ingeniería hedónica que la mayoría necesitamos con tanta urgencia. Una consecuencia práctica de esto es que ha aumentado aún más el miedo exagerado que le tenemos a que el Estado despenalice sustancias que alteran el estado de ánimo, lo que condena a millones de mentes perturbadas a sufrir en silencio cuando podrían aliviarse con aumentadores del estado de ánimo y agentes contra la ansiedad que hayan sido probados clínicamente. En parte, esto ocurre porque las personas temen volverse adictos zombificados y, en parte, porque son reacios a presentarse como personas que suplican con humildad a la profesión médica por "antidepresivos" autorizados por el gobierno. Cualquiera sea la razón, los humanos terminan pagando el costo de un sufrimiento inmenso.
Por fortuna, la Internet ha abierto un vasto libre mercado transnacional de psicotrópicos. Estos mercados farmacéuticos en línea en algún momento barrerán con las restrictivas prácticas de los anticuados carteles de medicamentos y sus aliados de la industria farmacéutica. El potencial liberador de la Internet como sistema de reparto farmacéutico mundial y red de información apenas comienza.
Por supuesto, no podemos culpar a Huxley, la persona, por prolongar el dolor del antiguo orden darwiniano de la selección natural. Citar los efectos adversos que ha tenido Un mundo feliz no es lo mismo que poner en duda los motivos de su autor. Aldous Huxley era un ser humano profundamente compasivo y un polímata brillante. Él mismo experimentó un sufrimiento terrible tras la muerte de su madre, a quien adoraba. Pero solo la biociencia aplicada puede curar la muerte y el sufrimiento. Ni la espiritualidad, ni la ciencia ficción profética, ni el intelectualismo literario lograrán erradicarlas.
¿Qué forma podría llegar a tener esta cura?
En el futuro será viable, al menos técnicamente, usar la farmacoterapia y la medicina genética para rediseñarnos y convertirnos en un cruce entre Jesús y Einstein, por dar solo un ejemplo entre millones. En potencia, los transhumanos gozarán de una capacidad para el amor, la empatía y la profundidad emocional inalcanzables por nuestra neuroquímica actual. Nuestros ancestros, guiados por sus genes egoístas, serán considerados por la posteridad como psicópatas funcionales, al igual que las caricaturas que representan los habitantes del mundo feliz. Y la posteridad estará en lo correcto.
Sin embargo, el fin del envejecimiento no significará que moriremos abruptamente a los sesenta y tantos, como ocurre en Un mundo feliz. Tendremos que conformarnos con vivir felices para siempre. Una vida repleta de dicha inagotable no será tan mala como la hacen sonar los alarmistas profetas del apocalipsis.
Y hay más buenas noticias. Las drogas, en especial la trinidad mágica de empatógenos, entactógenos y enteógenos, y en algún momento la ingeniería genética, abrirán las puertas a estados de espacio nuevos y revolucionarios para el pensamiento y las emociones. Este tipo de consciencias son simplemente inimaginables para las mentes que no han experimentado sustancias de este tipo. En la actualidad, estas vías metabólicas yacen al otro lado de abismos prohibidos por el paisaje de eficacia evolutiva. Las presiones de selección las han mantenido ocultas, pues la naturaleza es incapaz de prever el futuro. Pero al abrir estos espacios nuevas modalidades de mismidad e introspección estarán disponibles. Los años oscuros de la vida darwiniana están a punto de convertirse en historia.
Más avanzada su vida, el mismo Huxley relajó su antipatía hacia los paraísos farmacológicos. La isla (1962), lo que Huxley consideraba una verdadera utopía, fue modelada a partir de sus experiencias con la mescalina y el LSD. Pero hasta que podamos codificar genéticamente los sustratos biológicos del bienestar emocional de manera segura, la psicodelia está vedada como herramienta para la ingeniería del paraíso. Indudablemente, no se puede exagerar su importancia intelectual, pero por desgracia, tampoco su inefable rareza, así como lo impredecible de sus agentes. Por tanto, drogas como la mescalina, y ciertamente el LSD y sus congéneres, no son euforizantes infalibles. La manera en la que nuestros cerebros están constituidos bajo el régimen del ADN egoísta crea la posibilidad de terribles viajes pesadillescos y un apocalipsis emocional total. A lo menos, las erupciones descontroladas dentro de nuestras mentes deberán ser remplazados por una ingeniería de precisión de nuestro tono emocional. Si el diseño racional es aceptable para los robots inorgánicos, es aceptable para nosotros.
En Un mundo feliz, por supuesto, los malos viajes son imposibles con el soma. Sospecho que esto es en parte porque los habitantes de UMF se encuentran atrofiados emocionalmente y carecen de la imaginación necesaria para tener malos viajes. Pero principalmente es porque los efectos del soma no tienen más profundidad intelectual que una borrachera ligera. En UMF, nuestro ya limitado rango de emociones como cazadores-recolectores ha sido restringido aún más. Se ha purgado de las mentes de sus habitantes los impulsos creativos y destructivos. Se ha extinguido la capacidad de ser espiritual. En efecto, se ha desplazado el "punto de ajuste" de los utopianos en el eje placer-dolor. Pero el eje es plano en ambos extremos.
Para colmo, en Un mundo feliz el bienestar emocional perpetuo no ha sido preprogramado genéticamente como parte de un estado de salud mental diario. Ni siquiera está asegurado desde el nacimiento gracias a los euforizantes. Por ejemplo, los jóvenes son traumatizados con choques eléctricos durante su infancia como parte de un proceso de condicionamiento inspirado en el conductismo. Quienes nacen en los órdenes inferiores son aterrorizados con ruidos fuertes cuando todavía son niños de pecho. Este tipo de terapia de aversión se usa para condicionarlos a odiar los libros. Se nos dice que los habitantes de Un mundo feliz son felices, pero experimentan pensamientos, sentimientos y emociones desagradables de manera periódica. Tan solo los apartan con el soma: "un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos".
Incluso así, ninguno de los utopianos, de ninguna casta, parecen muy felices. Todo esto es demasiado creíble: la felicidad crónica suena tan poco interesante que es fácil creer que debe sentirse poco interesante también. Es cierto que los utopianos son en su mayoría dóciles y están satisfechos, pero sus emociones han sido suavizadas y reprimidas de manera deliberada. La vida es buena, aunque un poco plana. En las palabras del Interventor Residente de la Europa Occidental: "no se ahorraron esfuerzos para hacer que sus vidas fuesen emocionalmente fáciles, para protegerlos, en la medida de lo posible, de toda emoción".
Una meta más ambiciosa sería que le pongamos fecha precisa durante el siguiente siglo a la última experiencia desagradable del mundo y, a partir de esta base hedónica mínima, empecemos a apuntar más alto. "Todos los días y de todas las formas, estoy cada vez mejor". El mantra de Coué, técnica de autoengaño terapéutica, no necesita depender de que cultivemos pensamientos agradables. Si lo juntamos con la síntesis de drogas inteligentes para el enriquecimiento del ánimo y a cerebros mejorados genéticamente, podría incluso hacerse realidad.
Por supuesto, es fácil hoy escribir volúmenes enteros que detallen todo lo que podría salir mal, en congruencia con nuestros estados afectivos actuales. Este ensayo de reseña explora qué pasaría si las cosas salieran bien, así que vale la pena contrastar los atributos de los habitantes del mundo feliz con el tipo de paraíso biológico del que podrían llegar a gozar nuestros extáticos descendientes.
Un mundo feliz es una dictadura benevolente: un estado de bienestar estático, eficiente y totalitario. No existen la guerra, la pobreza ni el delito. La sociedad se encuentra estratificada en castas genéticamente predestinadas. Los Alfas, intelectualmente superiores, son los líderes. Los Gammas, Deltas y Epsilones, serviciales y con el cerebro dañado a propósito, trabajan sin descanso en el fondo de la pirámide. Los órdenes inferiores son necesarios en UMF, porque los Alfas (incluso aquellos que consumen soma) supuestamente no podrían ser felices haciendo trabajos no especializados. Nunca se explica por qué ser un Alfa es inconsistente con hacer trabajo poco calificado en el contexto de una vida que goza de hedonismo farmacológico o, en tal caso, que posee wetware genéticamente precodificado para la felicidad imbatible. De todas formas, es probable que nuestros descendientes automaticen por completo los trabajos monótonos. Para eso existen los robots. Estancamiento
UMF está ambientado en un hipotético año 632 d. F. (después de Ford). Cuenta con una biotecnología muy avanzada. Y, sin embargo, la sociedad carece de dinámica histórica: "la historia es una patraña". Es curioso toparse con una utopía donde el conocimiento del pasado ha sido prohibido por los Interventores con el fin de prevenir comparaciones odiosas. Uno pensaría que las lecciones de historia serían en realidad promovidas, pues darían cuenta de una historia de horror sangrienta.
Quizás los Interventores temen que tener consciencia de la historia crearía insatisfacción con el presente "utópico". Pero esto en sí mismo es revelador, pues Un mundo feliz no es un lugar emocionante para vivir, sino una utopía productivista estéril donde el fin último es el consumo de bienes de producción masiva: "tirar es mejor que remendar". La sociedad está construida alrededor de una única doctrina política. La divisa del Estado mundial es "comunidad, identidad, estabilidad".
En Un mundo feliz no existen los pensamientos profundos, las ideas fermentadas ni la creatividad artística. La individualidad es reprimida. El entusiasmo y los descubrimientos intelectuales se han abolido. Sus habitantes son clones gestados en laboratorios, embotellados y estandarizados desde la incubadora. Son condicionados y adoctrinados e incluso son sometidos a lavado cerebral durante el sueño. Jamás se les educa a los utopianos a apreciar el pensamiento individual. En Un mundo feliz, existen dos metas preciadas, la felicidad y la estabilidad, ambas tanto sociales como personales, las cuales son en efecto consideradas equivalentes.
Esta idea es muy común, pero está equivocada. Es más probable que el bienestar inexpugnable de nuestros descendientes transhumanos promueva una mayor diversidad, tanto personal como social, no un estancamiento. Pues una mayor felicidad, en particular una mejor función dopaminérgica, no solo amplía la profundidad de nuestras motivaciones para actuar, la sensación hiperdopaminérgica de que "hay cosas por hacer", sino que también aumenta el rango de estímulos que un organismo considera satisfactorios. Al expandir el rango de posibles actividades que podemos disfrutar, aumentaremos la función dopaminérgica y será menos probable que caigamos en un periodo depresivo, lapsos que llevan a la indefensión aprendida donde nos convencemos de que todo saldrá mal, la naturaleza cobrará venganza y las utopías siempre fracasarán.
En Un mundo feliz, a veces las cosas sí salen mal. Pero yendo al grano, se nos incita a pensar que toda la empresa social que UMF representa es una idea terriblemente mal concebida desde el inicio. En UMF, nada realmente cambia. Es un mundo alienígena, pero para nada uno de riqueza o diversidad inagotables. Es revelador que la monotonía de sus placeres refleja la pobreza de nuestras propias imaginaciones al momento de concebir maneras radicalmente distintas de ser feliz. En la actualidad, apenas hemos comenzado a conceptualizar el rango de cosas sobre las que es posible ser feliz, pues nuestros cerebros no han sido bendecidos con los sustratos neuroquímicos para hacerlo. Pasar tiempo agradecido de lo que se tiene rara vez es bueno para nuestros genes.
A menudo, UMF es visto como una advertencia pesimista sobre los peligros de la ciencia y tecnología desbocadas. Pero parece ser que el progreso científico se paralizó con la llegada del Estado mundial. Entonces, irónicamente, no es inapropiado interpretar que UMF es una advertencia sobre lo que sucede cuando se suprime la investigación científica. Una de las razones por las cuales a muchas personas que de otra forma son muy optimistas, incluidos algunos transhumanistas con una buena función dopaminérgica, les desagrada Un mundo feliz y sienten desconfianza de la idea de felicidad universal que simboliza, es porque la fuente principal de experiencias aversivas que sufren es el aburrimiento. UMF les parece una civilización estancada, que quedó anquilosada en un estado extremadamente subóptimo. Sus habitantes viven demasiado satisfechos con su monotonía como para liberarse y progresar hacia mejores cosas. Un mundo feliz es una sociedad superficialmente tecnocrática, es cierto. Pero ausente están el flujo libre de ideas y la crítica que son esenciales para la ciencia. Además, las humanidades también han languidecido. Las obras de literatura subversiva están prohibidas. De manera sutil, pero inexorable, UMF impone la conformidad de distintas formas. Su conformismo alimenta la idea popular de que una vida llena de felicidad será [de alguna forma] aburrida, incluso una vez que los sustratos bioquímicos del aburrimiento se hayan desvanecido.
El mismo Interventor Mustafá Mond reconoce de manera indirecta la esterilidad distópica de UMF cuando reflexiona sobre los llantos suplicantes de Bernard quien pide no ser exiliado a Islandia: "cualquiera diría que van a degollarle. En realidad, si tuviera un poco de sentido común, comprendería que este castigo es más bien una recompensa. Le enviarán a una isla. Es decir, le enviarán a un lugar donde conocerá al grupo de hombres y mujeres más interesantes que cabe encontrar en el mundo. Todos ellos personas que, por una razón u otra, han adquirido excesiva consciencia de su propia individualidad para poder vivir en comunidad. Todas las personas que no se conforman con la ortodoxia, que tienen ideas propias. En una palabra, personas que son alguien".
Por supuesto, el mundo feliz de Huxley impone un conformismo mucho más benigno que el del aterrador 1984 de Orwell. No hay Habitación 101, tortura ni guerra. Si no contamos las prácticas de crianza, Un mundo feliz no es una examinación del totalitarismo físicamente violento. La policía antimotines usa vaporizadores de soma, no gas lacrimógeno ni porras. Pero al mismo tiempo, su sociedad está dominada por una casta como ha sucedido históricamente con los despotismos orientales. UMF reproduce las jerarquías celestiales (ángeles, arcángeles, serafines, etc.), pero pocos de los placeres que el cielo promete. Su ridiculez satírica y ausencia primordial de alegría son mucho más memorables que sus deleites, con una importante excepción: el soma.
Los habitantes de UMF no adoran a Dios como los residentes del cielo, sino que han sido convencidos de hacer reverencia a una comunidad apenas un poco menos abstracta y remota. Esta comunidad es presidida formalmente por el espíritu del apóstol de la producción masiva, Henry Ford. Se le venera como a un dios: Alfas y Betas asisten a "servicios de solidaridad" que se consagran con soma y cierran con orgías. Pero la historia se ha abolido, la salvación ya ocurrió y los utopianos no irán a ningún lugar.
En cambio, un factor de la vida junto a personas que sufren de al menos un poco de hipomanía eufórica es bastante constante: el ritmo de la vida, el flujo de las ideas y el drama de los eventos se acelera. En una era posdarwiniana de felicidad universal inagotable, la posibilidad de un estancamiento es escasa. De hecho, es imposible descartar que los valores de tal sociedad sean la revolución permanente. Pero sin importar cuán grande sea el fermento intelectual de una existencia extática, el malestar de la vida darwiniana habrá quedado en el olvido junto con la maquinaria molecular que lo hacía posible.
Algunas drogas adormecen, aturden y sedan. Otras agudizan, animan e intensifican. Imbecilidad
Aparentemente, después de consumir soma es posible irse tranquilamente a dormir. Por ejemplo, Bernard Marx toma cuatro píldoras de soma para pasar el largo viaje en avión hasta la Reserva en Nuevo México. Al llegar a la Reserva, la compañera de Bernard, Lenina, se traga medio gramo de soma tras cansarse del sermón del Guardián "y gracias a ello podía permanecer sentada, serena, pero sin escuchar ni pensar en nada". Tal respuesta sugiere que los sentidos del usuario se adormecen más de lo que se agudizan. En UMF, la gente recurre al soma cuando está deprimida, enfadada o tiene pensamientos intrusivos negativos. Se consume porque la vida, como la sociedad misma, carece de espiritualidad o de un propósito superior. El soma mantiene a la población satisfecha con lo que la vida les dio.
El soma también presenta tolerancia fisiológica. Linda, la madre del Salvaje, consume demasiado: hasta veinte gramos por día. En exceso, la sustancia ocasiona hipoventilación. Linda acaba muriendo de una sobredosis. Esto nuevamente sugiere que Huxley moldeó su droga a partir de los opiáceos y no pensando en el tipo de estimuladores del ánimo con valor clínico que subvierten y recalibran la caminadora hedónica de mecanismos de retroalimentación negativa que existe en el SNC. El paralelo con los opiáceos no es para nada perfecto. A diferencia del soma, la heroína común y silvestre no es buena para la vida sexual. Pero como el soma, tampoco agudiza el ingenio.
Incluso hoy, la idea de que la felicidad obtenida por medios químicos adormece y apacigua es demostrablemente falsa. Los psicoestimulantes que potencian el humor también tienden a aumentar la atención y aumentar la asertividad. En algunos índices, en dosis pequeñas, los estimulantes pueden mejorar el desempeño intelectual. A las tropas de combate en ambos bandos de la Segunda Guerra Mundial se les daba anfetaminas de forma regular, lo cual no los hacía ni más simpáticos, ni más gentiles, ni más tontos. Los fármacos dopaminérgicos tienden a aumentar la fuerza de voluntad, la vigilia y la acción. Las drogas "serénicas", por el contrario, sí han sido estudiadas por la milicia y la industria farmacéutica y estas sí pueden tener un efecto apaciguante, idealmente en el enemigo. Pero algunas variedades podrían usarse en las tropas propias para inducir la ausencia de miedo.
Una segunda corrección, menos belicosa, al estereotipo del "tonto dócil" lo brindan las personas con la antes llamada depresión maníaca. Una de las razones por las cuales muchas víctimas del trastorno bipolar, en especial aquellas que experimentan el tipo eufórico de (hipo)manía, se saltan sus dosis de litio es que cuando se sienten "eutímicos" todavía recuerdan en parte lo maravillosamente intensa y eufórica que es la vida durante la fase maníaca. La vida con litio es más plana, pues es el caos que causa en la vida de los demás lo verdaderamente desastroso de una manía eufórica exuberante cuando es descontrolada. Las personas deprimidas o nominalmente eutímicas son más fáciles de controlar para las autoridades que los amantes exuberantes de la vida.
Por eso, una de las tareas que deberá enfrentar la fusión entre la psiquiatría biológica y la medicina psicogenética cuando alcancen su madurez será otorgar un bienestar enriquecido y una inteligencia lúcida a todo aquel que lo desee sin correr el riesgo de gatillar una manía incontrolable. El MDMA (éxtasis) ofrece un breve vistazo a lo que una salud mental completa podría ser. Como el soma, el MDMA induce tanto la felicidad como la serenidad, pero a diferencia del soma, el MDMA es neurotóxico. Pero si no se usa tan frecuentemente, puede ser profundo, empático e intensamente emotivo.
Por otro lado, las drogas que suelen inducir disforia son verdaderos instrumentos siniestros de control social. Es más fácil inducir el "decoro infantil" que se le exige a los utopianos de UMF con estas drogas que con los euforizantes. Los tranquilizantes más prominentes, incluida la clorpromazina (Largactil), la arquetípica "camisa de fuerza química", somete a sus víctimas al actuar como antagonista de la dopamina. En dosis altas, la fuerza de voluntad se adormece, el afecto se aplasta y el humor se deprime. El sujeto acaba sedado. La agilidad intelectual se adormece. Son herramientas muy utilizadas en algunos sistemas penales.
El soma no solo aturde. Si la aceptamos sin cuestionamientos, la felicidad que ofrece es amoral: es "hedonista" en el sentido más básico. Los subidones de soma no están en función del bienestar ajeno. Los subidones sintéticos no te fuerzan a tener razones para ser feliz: a diferencia de las personas, una buena droga nunca decepciona. Es cierto que el consumo de soma no promueve de manera activa el comportamiento antisocial, pero sí tiene que ver por completo con la satisfacción personal inmediata. Amoralidad
John, el Salvaje, que no ha experimentado con las drogas, posee un firme código de conducta. Ni su felicidad ni su tristeza provienen de tomar un químico que corrompe el alma. Sus respuestas emocionales parecen apoyarse en razones, aunque las razones mismas tengan, presuntamente, una base neuroquímica. Ya sea justificada o no, su felicidad, como la nuestra, siempre será vulnerable ante la decepción. Es claro que Huxley piensa que si uno de nuestros seres queridos muere, por dar un ejemplo, no solo se está de luto, sino que vivir ese duelo es apropiado y hay buenas razones para sentirse afligido. Que sería incorrecto no sentir esa pena. Si un amigo nos dijera que nuestra muerte lo entristecería, pero que no dejaría que le arruinara el día, por dar un ejemplo, nos parecería bastante insensible, si bien algo divertido: no sería tan buen amigo después de todo.
Desde nuestro punto de vista, los utopianos tienen un mal gusto parecido. Nunca lloran la muerte de otros ni tratan su existencia como algo especial. Han sido condicionados para tratar la muerte como un evento natural y hasta placentero. Durante la infancia, se les dan dulces cuando asisten a presenciar la muerte de alguien en el hospital. Su experiencia más intensa ocurre al consumir una droga. La vida con soma, en conjunto con el condicionamiento conductual a temprana edad, los deja ignorantes sobre el verdadero bienestar de otros. Los utopianos son ciegos a la tragedia de la muerte y a la compasión que inspira.
¿De seguro esto es una condena vigorosa de todo tipo de placer sintético? ¿No deberíamos sumarnos a la denuncia que hace el Salvaje del soma ante los Deltas?: "No toméis esta sustancia horrible. Es veneno, veneno [...] Es un veneno tanto para el cuerpo como para el alma [...]Tire inmediatamente ese horrible veneno". ¿No nos roban todos los euforizantes químicos de nuestra humanidad de manera similar?
No realmente, salvo que nuestra definición de ser humano esté particularmente basada en los malestares que sentimos. Los estereotipos de la tosca psicofarmacología actual que aparecen en los medios no son una guía confiable para los próximos millones de años. A veces se piensa que todo uso de drogas psicoactivas tiene una motivación inherentemente ególatra. Ejemplos actuales de tal egolatría son los efectos de los estimulantes como la cocaína y las anfetaminas y en el sentimiento de cobijo emocional autosuficiente que entrega el opio y sus sustancias análogas y derivados más potentes. Sin embargo, las drogas, en especial los empatógenos como el éxtasis, y la ingeniería genética pueden, en principio, personalizarse para que seamos más amables, para reforzar nuestros códigos de conducta ideales. El complejo rol prosocial de la oxitocina, la "hormona de la confianza", la serotonina, el "neurotransmisor civilizador", y sus múltiples subtipos receptores son increíblemente educativos, si bien todavía se entiende poco de ellos. Si efectuamos una rerregulación de su función por medios genéticos, podremos volvernos más amables y felices.
El punto importante es que, en potencia, las drogas de diseño de acción prolongada no tienen que suplantar nuestros códigos morales, sino predisponernos químicamente para que actuemos siguiendo sus reglas como siempre hemos deseado. La biotecnología nos permite conquistar lo que en la antigüedad clásica se denominaba akrasia [literalmente, "mala mezcla"]. Este era un término griego para un defecto de la personalidad visto como debilidad de la voluntad según el cual un agente capaz de obrar según el conocimiento de lo que es correcto actúa en contra de él. En el futuro, "píldoras de la personalidad" nos permitirán convertirnos en el tipo de persona que nos gustaría ser y ayudarnos a satisfacer nuestros deseos de segundo orden. Este tipo de reinvención es una opción que nuestra constitución genética a menudo impide el día de hoy. El altruismo y el autosacrificio para beneficio de extraños anónimos, incluyendo la hambruna de huérfanos en el tercer mundo los cuales sabemos que necesitan recursos con urgencia más que nosotros, es extraordinariamente difícil de practicar consistentemente. A veces es imposible, incluso para los miembros más benevolentes de la élite acaudalada del planeta. El altruismo autorreferencial es más simple, pero también diferente: es limitado y de escala menor. Por desgracia, quienes profesaban un altruismo más genuino entre nuestros ancestros se convirtieron en presas o dejaron menos descendencia. Sus genes desaparecieron con ellos.
En términos químicos más específicos, aunque burdamente, las drogas dopaminérgicas fortifican nuestra fuerza de voluntad, los opioides mu aumentan nuestra felicidad, los oxitocinérgicos aumentan la confianza, mientras que ciertos serotoninérgicos pueden incrementar la empatía y la conciencia social. Las drogas híbridas seguras, de larga duración y de acción en sitios específicos podrán hacerlo todo. Aún mejores serán los cócteles de diseño de ser enriquecidos con ingredientes añadidos. Es tentador conceptualizar tales cócteles en términos de nuestro conocimiento actual de, digamos, la oxitocina, feniletilamina, antagonistas de la sustancia P, agonistas selectivos de los opioides mu e inhibidores de la encefalinasa, etc. Pero probablemente esto es ingenuo de nuestra parte. Los antagonistas de los receptores postsinápticos bloquean sus efectos psicoactivos, lo que sugiere que son las cascadas intracelulares postsinápticas que desencadenan las que conforman el núcleo de nuestros corazones. Nuestras profundidades más interiores aún no han sido propiamente exploradas ni mucho menos genéticamente reajustadas.
Pero nuestra ignorancia e inercia están retrocediendo con rapidez. La neurociencia molecular y la genética conductual están avanzando a pasos agigantados. Better Living Through Chemistry [Una vida mejor por medio de la química] podrá dejar de ser solo un eslogan llamativo. Si lo tomamos en serio podremos ayudarnos a ser más inteligentes y felices al mismo tiempo que profundizamos biológicamente nuestra conciencia social. Si todo sale bien, los manifiestos y la propaganda ideológica dejarán de ser necesarios. Deben ser remplazados por un programa de investigación biomédica internacional para diseñar el paraíso. La diversión aún ni siquiera comienza. La urgencia moral es inmensa.
Es cierto que la moralidad en el sentido moderno ya no será necesaria una vez que hayamos curado el sufrimiento. La distinción entre valor y felicidad solo tiene importancia moral distintiva en la época darwiniana donde se originó una fisura entre ambos. Aquí, en el corto plazo, los buenos sentimientos y la buena conducta pueden estar en conflicto. Satisfacer nuestros impulsos inmediatos a veces crea dolor a largo plazo, tanto para uno como para otros. No obstante, cuando hayamos eliminado el sufrimiento, será superfluo tener códigos de conducta centrados específicamente en la moral. Bajo cualquier análisis de utilitarismo negativo, al menos, los actos de inmoralidad serán imposibles. Los valores de nuestros descendientes se basarán en un bienestar emocional inmenso, sin estar necesariamente enfocados en ello; quizás la felicidad que sientan será parte de la textura innata de la existencia sintiente.
En Un mundo feliz, por el contrario, las sensaciones desagradables no se han erradicado. Por eso el comportamiento de sus ciudadanos es tan chocante y por ello consumen soma. La inmoralidad descarada de UMF es demasiado imaginable por el lector.
Normalmente, nos indigna ver cómo John el Salvaje es tratado de manera desalmada o ser testigos de la repulsión que le provoca al director la anciana madre de John, compañera que había dado por muerta mucho tiempo atrás durante un viaje a la Reserva. Más allá de estos incidentes desagradables, todo tipo de trasfondos amargos son endémicos a la sociedad como un todo. Bernard sufre de descontento crónico, incluso de "melancolía". Los Alfa inadaptados en Islandia son condenados a un exilio desolador. El autor de sensoramas, Helmholtz Watson, siente la frustración de creer que es capaz de mejores cosas que solo crear propaganda repetitiva. El director de incubadoras es humillado por Bernard, quien se siente entendiblemente agraviado. Un fanfarrón Bernard llega al llanto de la desesperación cuando el Salvaje se rehúsa a ser desfilado frente a una selección de delegados y del Archichantre de Canterbury. Los pequeños problemas y disgustos están a la orden del día. Y lo que es peor, los utopianos terminan viendo embobados cómo John vive como ermitaño en el exilio y consumen su sufrimiento por diversión.
Un mundo feliz es una utopía de manifiesta baja calidad que necesita de una verdadera imaginación moral (y de indignación) para repararla.
Huxley insinúa que al abolir las experiencias desagradables y el dolor mental, los habitantes del mundo feliz se han librado de las experiencias más profundas y sublimes que el mundo tiene para ofrecer. En especial, sus residentes han sacrificado una felicidad de una profundidad misteriosa que se sugiere, aunque nunca se dice expresamente, que los utopianos no pueden alcanzar a través de los fármacos. La base metafísica de esta presuposición es incierta. Falsa felicidad
También se insinúa que algunos utopianos sienten una insatisfacción que es difícil de definir, una sensación intermitente de que sus vidas carecen de sentido. Más aún, se insinúa que para encontrar un verdadero sentimiento de satisfacción y significado en nuestras vidas, es necesario contrastar las partes buenas de la vida con las malas, sentir tanto alegría como desesperanza. Para ser un mero intento de justificarse, es bueno.
Pero no es sensato. Debemos conceder que las víctimas de depresión o dolor crónico no necesitan interludios de felicidad o anestesia para saber que están sufriendo horriblemente. Lo que es más, si la mera relatividad entre el dolor y el placer fuera cierta, entonces sería posible imaginar que seudorrecuerdos producidos por neuroquímicos imbuidos con la textura del "pasado" servirían como medio de contraste tan bien como el desagrado en su estado puro. Las firmas neuroquímicas del déjà vu y el jamais vu proveen pistas sobre cómo podríamos llevar a cabo este proceso de reingeniería. Pero Huxley no tiene en mente este tipo de estratagema. Es claro que Un mundo feliz intenta insinuar que todo tipo de felicidad alcanzada por medios farmacológicos es "falsa" o inauténtica y que debemos considerar como perverso todo intento de rediseñar genéticamente a los humanos o de condicionarlos conductualmente. Por otro lado, la felicidad natural del Salvaje que vive en la Reserva, quien es apuesto, rubio y de ojos azules, se presenta como real y auténtica, aunque sea transitoria y esté ocasionalmente intercalada por la pena.
Pero el contraste entre felicidad real y felicidad falsa es problemático. Incluso si esta noción fuera inteligible y pudiera servir como referencia, no está claro que las mentes "naturales" que han sido esculpidas a través de ADN egoísta ofrezcan una consciencia más auténtica que los gradientes de euforia sensibles a la información que otorga una ingeniería realizada con precisión. Las drogas de diseño altamente selectivas y específicas [y, en última instancia, la ingeniería genética] no harán que las cosas parezcan raras o alienígenas. Al contrario, pueden entregarle un sentido mayor de realismo, verosimilitud y profundidad emocional a los estados puros de felicidad bioquímica que la limitada concepción de vida real que tenemos hoy. Las futuras generaciones "reencefalizarán" las emociones para servirnos a nosotros, los vehículos genéticos sintientes, en vez de al ADN egoísta. Nuestro bienestar se sentirá completamente natural y, al igual que todas las otras cosas que existen en el mundo natural, lo será realmente.
Si se desea, las drogas de diseño también podrían generar paroxismos de iluminación espiritual (o, al menos, su fenomenología) que sobrepasen los éxtasis de los místicos más santos o a la hiperreligiosidad asociada con la epilepsia del lóbulo temporal. Entonces, las sustancias psicoactivas del futuro no necesariamente crearán el sucedáneo de felicidad que experimentan los habitantes del mundo feliz ni el abuso de euforizantes llevará a la noche oscura del alma de la que tanto se habla. Si conseguimos activar los neurotransmisores de los subreceptores correctos para desencadenar la cascada intracelular postsináptica correcta que es regulada por los alelos correctos de los genes correctos de la forma correcta y de manera indefinida, entonces, en el peor de los casos, tendremos un paraíso interminable. Este asunto es un problema técnico. Si así lo queremos, podremos disfrutar de una intensidad límpida de la consciencia mucho más convincente que nuestra mundana existencia actual como los Homo sapiens sonámbulos que somos. Y además será mucho más disfrutable.
Si los mantenemos, estos modos de consciencia pueden proveer una definición de la realidad muchísimo más potente que las barriadas psiquiátricas del pasado. Sutiles o no, las texturas de la consciencia de la actualidad, que no han sido enriquecidas, expresan sentimientos de despersonalización y desrealización. Estos sentimientos no suelen tener nombre, porque carecen de un contraste apropiado, aunque siguen siendo muy reales: modos de individualidad anónimos y llenos de angustia que, con el tiempo, será mejor olvidar para siempre. La "verdadera" felicidad, por otro lado, se sentirá completamente "real". La autenticidad debería ser una especificación de diseño de las mentes conscientes, no un subproducto fortuito y efímero de los mecanismos del ADN egoísta.
La neurofarmacología del futuro ofrece fortunas incalculablemente mejores que el soma tuneado. Es cierto que las drogas pueden también causar vertederos neuroquímicos de tontería y superficialidad. Muchos de los espacios de estado que escapan a nuestro horizonte mental podrían ser desagradables o poco interesantes o ambos. Estadísticamente, la mayoría son probablemente simplemente psicóticos. Pero muchos no lo serán. Por ejemplo, los entactógenos [literalmente, "tocar dentro"] puede que lleguen a convertirse en una industria tan grande como las píldoras para adelgazar y lo que entregarán, una capacidad para el amor propio, será muchísimo más útil para fortalecer la autoestima.
"Entactógenos", "empatógenos" y "enteógenos" son solo palabras enrevesadas. Hasta que no los conozcamos en primera persona, la terminología utilizada para poder hablar intelectualmente de estos estados alterados puede parecer jerigonza para quienes tienen nula experiencia con estas drogas. Puede parecer que nada de lo que se dice tiene sentido. Pero acuñar estos términos no es caer en el oscurantismo ni intentar crear un aura de misterio, sino un intento de darle cierto orden a estos fenómenos exóticos que son difíciles de imaginar por quienes carecen de la experiencia directa. Podemos intentar insinuar las propiedades que tienen estos estados alterados, incluso los más serios, recombinando sintácticamente las cáscaras léxicas del antiguo orden. Pero el tipo de consciencia que desvelan estos agentes extraordinarios sirve de base para nuevos términos primitivos del lenguaje de un aparato conceptual que aún no se ha inventado. Estas formas de ser no pueden definirse ni evocarse propiamente usando los recursos que son específicos a los estados del antiguo orden. No suelen estar disponibles neuroquímicamente para nosotros. Genéticamente, somos cazadores-recolectores con tendencia a la acción, no psiconautas introspectivos.
Entonces, ¿qué tan bien entendemos el tipo de felicidad que Huxley critica?
Aunque para nosotros la naturaleza del "soma" que se consume en UMF puede ser tan inaprensible como su antecesor védico, creemos que podemos imaginarnos más o menos cómo sería tomar "soma" y juzgar de acuerdo a eso. Dentro de ciertos límites, los efectos de los estimulantes y los depresores son inteligibles para nosotros, aunque incluso en estos casos nuestra competencia semántica es debatible; en este momento, es difícil imaginar qué denotan realmente términos como "tortura" o "éxtasis". Cuando hablamos de drogas con efectos mucho más profundos (en cierto sentido), es fácil comenzar a farfullar sinsentidos. Si nunca hemos tomado una droga en particular, entonces la concepción que tendremos de su naturaleza distintiva vendrá de la analogía con agentes similares o de sus efectos conductuales en otras personas, y no de los efectos particulares que su uso ejerza sobre las texturas de la consciencia. Podemos estar seguros de que otros usan estos términos para referirse a lo mismo solo porque somos fisiológicamente similares, no por un conjunto de criterios definidos operacionalmente. Es decir que hasta que no hayamos probado una droga, es difícil entender qué estamos elogiando o condenando.
Aun así, esto pocas veces nos detiene. ¿Pero es racional juzgar a toda civilización que use drogas basándonos tan solo en un modelo de ficción?
No lo creo. Probablemente, tanto químicos clandestinos como compañías farmacéuticas sintetizarán todo tipo de "somas" en el futuro. Legal o no, vamos a explorar qué se siente; y nos gustará mucho. Pero es ignorante suponer que la felicidad de nuestros descendientes transhumanos será por ello "falsa" o superficial. Los poshumanos no se emborracharán ni intoxicarán. Su bienestar estará lleno de ideas, modos de introspección, variedades de individualidad, estructuras de mentalés y modalidades sensoriales completamente nuevas que ni siquiera podemos imaginar hoy.
Por el contrario, Un mundo feliz presenta escenarios de consumo de soma que son muy concebibles. Esta es una de las razones por las que son tan poco realistas.
UMF es una dictadura benevolente o, al menos, una oligarquía benevolente, pues en su cima se encuentran diez interventores mundiales. Conocemos a su portavoz de aspecto erudito, Mustafá Mond, el interventor residente de la Europa Occidental. Mond gobierna sobre una sociedad cuyo Estado determina todos los aspectos de la vida individual, desde la concepción hasta la reproducción, que se lleva a cabo al estilo de una fábrica de producción. Esta sociedad aplasta de manera sistemática la individualidad de dos mil millones de crías en las incubadoras. Totalitario
Una agencia gubernamental, los Predestinadores, decide el futuro rol de los ciudadanos dentro de la jerarquía. La burocracia estatal se encarga de criar y condicionar a los niños, quienes no conocen lo que es crecer en una familia natural. Solo existen diez mil apellidos. Se ha extraído por completo el valor de las personas como humanos individuales; el respeto se le debe únicamente a la sociedad. Los ciudadanos no deben enamorarse, casarse ni tener hijos propios. Pues hacerlo podría seducirlos de abandonar su alianza a la comunidad al introducir un foco de atención que rivalizaría con ella. El individuo debe su lealtad únicamente al Estado. Al eliminar cualquier potencial fuente de tensión y ansiedad (y disipar con soma cualquier descontento residual), el Estado mundial controla a la población tanto como el Gran Hermano.
Un mundo feliz se centra en el control y la manipulación. Como siempre, el destino de los individuos depende de la interacción entre la naturaleza y la crianza, entre la herencia y el ambiente, pero el aparato estatal controla ambos. Por supuesto que este nivel de control nos parece alarmante. Uno de nuestros miedos más profundos al considerar la posibilidad de manipular nuestras facultades biológicas naturales (en otras palabras, las nacidas de ADN egoísta) es que seamos controlados y manipulados por otros. Huxley explota estas preocupaciones logrando un efecto devastador. Siembra en nosotros el miedo de que un futuro Estado mundial podría robarnos nuestro derecho a ser felices.
Cabe destacar que este derecho no está en peligro inmediato. Pero está claro que Huxley piensa que existe una real amenaza de que el bienestar se vuelva obligatorio. Esto lo refleja la cita de Nicolas Berdiaeff que escoge para el epígrafe de UMF. "Las utopías parecen ser mucho más fáciles de implementar de lo que se creía. En la actualidad, nos vemos forzados a hacernos una pregunta que en otros contextos nos llenaría de angustia: ¿cómo evitamos que sean completamente reales?". Es posible que el autor de UMF no tuviera la intención de incluir tanta ironía.
Huxley nos incita con destreza a ponernos del lado de John el Salvaje quien defiende su derecho a sufrir enfermedades, dolor y miedo contra los argumentos del indulgente Interventor. El Salvaje defiende su derecho a ser infeliz. Nosotros nos compadecemos de él, pues tenemos la intuición vaga de que no debería ser obligado a ser feliz. Podemos reclamar, como lo hace el Salvaje, el "derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, el derecho a tener sífilis y cáncer, el derecho a pasar hambre, el derecho a ser piojoso, el derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana, el derecho a pillar un tifus, el derecho a ser atormentado". Pero el argumento en contra de la esclavitud química es un arma de doble filo. El punto hoy, y seguramente siempre, es que deberíamos tener el derecho a no ser infelices. Y sobre todo, cuando el sufrimiento sea realmente opcional, no deberíamos forzar a otros a sufrir del mismo wetware tóxico que padecemos nosotros.
¿Pero qué costo pagaremos por toda esta felicidad?
No es lo que podríamos intuir. Quizás sea una sorpresa, pero al aumentar de formas químicas el bienestar personal podemos terminar aumentando la libertad y la individualidad. Las personas vulnerables e infelices son probablemente más susceptibles al adoctrinamiento (y otros tipos sutiles de control mental) que los ciudadanos activos que son felices y robustos psicológicamente. La felicidad empodera. En la vida real, es notable que los fármacos que aumentan el humor y la resiliencia, como los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina, tienden a disminuir el sometimiento y la sumisión. Las ratas y monos a las que se les ha administrado ISRS escalan las jerarquías o las trascienden por completo. Y no parece que intenten dominar a sus compañeros; en términos generales, solo dejan de permitir que otros los dominen. Todos podríamos aspirar a actuar de esta manera si contáramos con un enriquecimiento farmacológico y genético.
Admito que este argumento no es concluyente. El tema es largo. Un filósofo una vez hizo la observación de que los humanos no son ratas. Hacen falta estudios bien controlados de la acción que tienen los niveles de serotonina alterados en humanos. Las consecuencias intracelulares de más de quince subtipos de receptores de serotonina hacen difícil una explicación simple. Pero sí sabemos que un sistema serotoninérgico disfuncional guarda correlación con un estatus social bajo. Mientras lo demás se mantenga constante, aumentar la función serotoninérgica tiene el potencial de hacer que los sujetos sean más reacios a someterse ante la autoridad, no dóciles ni marginados. Un mundo feliz es una sátira exquisita, pero la utopía que presenta es sociológica y biológicamente inverosímil. Sus personajes son caricaturas frívolas de conformistas felices.
Por supuesto, cualquier análisis del rol que jugará el Estado en el futuro lejano es meramente especulativo. Tanto las naciones minarquistas como en extremo totalitarias son posibles. En algunos aspectos, cualquier gobierno mundial en el futuro será mucho más intrusivo que los Estados nación típicos de hoy. Por ejemplo, si logramos suprimir el proceso de envejecimiento y la inevitabilidad de la muerte, no podremos dejar las decisiones sobre la reproducción en la Tierra a la discreción de parejas independientes, porque pronto se nos acabaría el espacio para nada más que estar de pie. Es inminente que la clonación humana se expanda por el mundo y esto también hará inevitable un aumento de la regulación y la responsabilidad, aunque suene inquietante. Pero los desafíos, como el control de la población, no deberían eclipsar el hecho de que los miembros de una ciudadanía feliz, segura de sí misma y psicológicamente robusta son mucho menos vulnerables a convertirse en peones manipulables por las élites regentes, a diferencia de los fatalistas resignados. Por ahora, es improbable que exista una clase baja conformada por ilotas felices que han sido esclavizados químicamente.
Un mundo feliz se hace pasar por un paraíso universal, pero en realidad es una utopía concebida sobre las bases de los intereses egoístas de una sola especie. Al igual que hoy, la mayoría de los habitantes del planeta no tienen la oportunidad de participar. Antropocéntrico
¿Es esto una exageración? No realmente. Estadísticamente, la mayor parte del sufrimiento en el mundo contemporáneo no lo experimentan los humanos. A veces se supone que la intensidad o los grados de la consciencia, entre especies y quizás hasta dentro de una misma especie, están íntimamente ligados a la inteligencia. Por consiguiente, los humanos tienden a acreditarse una "mayor" consciencia que los miembros de otros taxones, así como intelectos más agudos (aunque esto último es más justificable). No tratamos a los animales no humanos como moral y funcionalmente equivalentes a infantes y bebés humanos, es decir, seres que debemos cuidar. Por el contrario, sufren gratuitamente de abusos, explotación y muerte.
Pero es un hecho llamativo que nuestras experiencias más primitivas, tanto filogenéticas como ontogenéticas, son también las más vívidas. Pues el sufrimiento físico probablemente tiene que ver más con el número de células asociadas al dolor y su densidad sináptica que una neocorteza hipertrofiada. Por ejemplo, las experiencias extremas que constituyen el dolor y la sed son insoportablemente intensas. Por el contrario, los tipos de experiencias que más asociamos al cénit del esfuerzo intelectual humano, a saber, episodios de pensamientos en la región prefrontal del cerebro, son tan fenoménicamente débiles que es difícil hacer introspección sobre sus propiedades.
La ingeniería del paraíso, si se practica de forma vehemente, erradicará toda experiencia desagradable del mundo vivo, algo que no puede lograr una parodia endeble del paraíso como la que presenta UMF. Ninguna de las críticas tácitas que hace Huxley a los utopianos tiene sentido aplicarlas al resto del reino animal. Pues ni el defensor más ferviente del valor de las adversidades se atrevería a sostener que el sufrimiento de animales no humanos es necesario para producir las grandes obras del arte y la literatura. Sin embargo, es común oír este argumento para justificar la miseria en el caso de los humanos, siendo una supuesta cualidad que la compensa. Tampoco perderla nos dejaría vacíos espiritualmente. El sufrimiento animal es totalmente salvaje, vacuo y sin sentido. Por lo que probablemente los agentes morales inteligentes se desharán por completo de él cuando sea computacionalmente fácil y barato implementar el jainismo de alta tecnología.
Ya sea que el dolor adopte la forma del eterno Treblinka que se vive en nuestras granjas de producción masiva y fábricas de muerte o se manifieste como las crueldades del mundo viviente que aún es gobernado por la selección natural, la violencia salvaje de la era darwiniana probablemente escandalizará a nuestros descendientes cercanos, pues gozarán de una moral más saludable. Dentro de pocos siglos (la fecha exacta es incierta), hordas de nanorrobots autorreplicantes dotados de vectores retrovirales y movidos por el poder una supercomputadora cuántica que llevarán a bordo cazarán las firmas biomoleculares de las experiencias aversivas a lo largo del árbol filogenético y las eliminarán genéticamente. Al mismo tiempo, los tamaños de población de los parques silvestres serán controlados por medio de contracepción depot de acción prolongada en múltiples especies y no por medio de la cruel depredación. Las máquinas asesinas carnívoras (y eso incluye a nuestro querido y malentendido gatito, un hermoso sociópata) serán reprogramadas o eliminadas gradualmente de completarse el proyecto abolicionista. En las granjas, el abuso de seres sintientes será remplazado por ambrosía diseñada genéticamente. Pues la ingeniería del paraíso implica que el veganismo y el invitrotarianismo serán mundiales. Una utopía no puede construirse sobre un ecosistema de dolor y miedo. Por desgracia, Un mundo feliz no hace comentario alguno sobre esto.
¿Cómo es posible hacer estas predicciones con confianza?
Estrictamente hablando, no es posible, al menos no sin una pila de salvedades. Los detalles y el cronograma que presento aquí probablemente tendrán errores y la neurociencia pronto quedará obsoleta. Pero a medida que la tecnología progresivamente le dé a los agentes inteligentes el poder de moldear la materia y la energía para satisfacer sus deseos (o caprichos), solo la maldad extraordinaria podría llevarnos a mantener de manera deliberada el dolor de la vida darwiniana para siempre. Pues mientras más poder tengamos, más cómplices somos de su existencia. Ni siquiera los humanos sin reformar suelen ser tan consistentemente malintencionados. Así que cuando la comida modificada genéticamente y cultivada en cubetas o la simple carne in vitro sepan tan bien como la carne de un animal asesinado, quizás podamos reunir el suficiente coraje moral como para acabar con el holocausto animal.
Sistema de castas
En UMF, la ingeniería genética no se usa de forma directa para precodificar la felicidad, sino para respaldar la subordinación e inferioridad de los órdenes inferiores. En esencia, Un mundo feliz es un sistema de castas de escala mundial. La estratificación se ha institucionalizado por medio de una división genética en cinco ramas. No existe la movilidad social. Los Alfas siempre gobiernan, los Epsilones siempre trabajan arduamente. Las diferencias genéticas se refuerzan por medio del condicionamiento sistemático.
Tener posiciones dominantes y triunfar se han asociado históricamente con el buen humor, incluso con el humor eufórico y maníaco, mientras que la sumisión y la derrota, con el ánimo sumiso y la depresión. La teoría del rango de la depresión sugiere que esta es una subrutina de sometimiento y que el hecho de que sus correlatos internalizados tengan mayor presencia que la imposición de superioridad maníaca refleja que el ánimo bajo solía ser más adaptativo entre organismos que vivían en grupos. Pero en Un mundo feliz, esta correlación se desvanece o incluso se invierte. Los órdenes inferiores son al menos tan felices como los Alfas, gracias al soma, el condicionamiento durante la infancia y la incapacidad cerebral de tener pensamientos originales. Por ende, en las lecciones sobre conciencia de clase que reciben mientras duermen, a los Betas jóvenes se les enseña a amar ser Betas y aprenden a respetar a los Alfas porque "trabajan mucho más duramente que nosotros, porque son terriblemente inteligentes". Pero también aprenden a deleitarse de no ser Gammas, Deltas o Epsilones, que son todavía más tontos. "Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta", dice la cinta de hipnopedia.
Uno esperaría que el progreso en el área de la automatización eliminara los trabajos no especializados y repetitivos que son tan inadecuados para los geniales Alfas. Pero parece que esto dejaría a las castas inferiores disconformes y sin una función que desempeñar: presumiblemente, una buena justificación para congelar el progreso científico en ese punto. Podría pensarse también que otra solución sería dejar de crear idiotas con privación de oxígeno. ¿Por qué no solo producir Alfas? El Interventor Mustafá Mond nos informa que hubo un intento de establecer una sociedad constituida solo por Alfas, en una isla. Pero el resultado del experimento fue una guerra civil. De un total de 22.000 Alfas, 19.000 perecieron, por lo que las castas inferiores son necesarias de manera indefinida. La felicidad que obtienen de sus vidas rutinarias garantiza la estabilidad de toda la sociedad. "La población óptima", nos informa el Interventor, "es la que se parece a los icebergs: ocho novenas partes por debajo de la línea de flotación, y una novena parte por encima".
Hay fuertes contraargumentos y refutaciones que se podrían hacer a cualquier variante específica de este caso, pero a Huxley no le interesan los detalles. UMF es una advertencia universal profundamente pesimista contra toda forma de ingeniería genética y eugenesia. ¿No deberíamos proteger el statu quo y prohibir estas tecnologías por completo? Irse por lo seguro. Este análisis descansa sobre la idea de que la naturaleza sabe lo que hace.
Dicho de esta manera, el argumento es horriblemente simplista. Son múltiples las maneras en que las ciencias de la vida se pueden abusar. La bioética merece ser una disciplina académica ampliamente aceptada. Pero de seguro es ilusorio que un mundo organizado sobre los principios del egoísmo genético ciego, la piedra fundacional de la era darwiniana, sea inherentemente mejor que uno basado en un diseño racional. El egoísmo es un pésimo principio sobre el cual construir una civilización, ya sea que hablemos de su sentido técnico o del popular. Tarde o temprano, a lo sumo, el análisis de medios y fines dictará el uso de la ingeniería genética para fabricar mentes/cerebros de constitución feliz. Dejando de lado la sofistería y otras complicaciones filosóficas, eso es lo que todos perseguimos, de manera indirecta o con otro nombre, y la biotecnología es la única manera de alcanzarlo. Pues sin importar que con frecuencia seamos irracionales al intentar satisfacer nuestros deseos, somos esclavos del principio del placer. Nunca nadie abandona una máquina de las experiencias que funciona bien solamente porque se haya aburrido: a diferencia de los placeres como la comida, la bebida y el sexo, que son meros derivados, la exquisitez obtenida de la estimulación intracraneal de los centros de placer no presenta tolerancia. La selección natural ha "encefalizado" las emociones para ocultar nuestra dependencia de los sistemas de recompensa mesolímbico dopaminérgico y opioidérgico. Dado que las emociones puras sin foco específico son ciegas y estériles, sus procesos axonales y dendríticos han sido reclutados para enervar la neocorteza. Todas las capas de complejidad cortical que poseemos conspiran para ayudar al ADN a autorreplicarse y dejar más copias de sí mismo. Por ello, hemos convertido en fetiche baratijas cerebrales superfluas ["objetos intencionales": básicamente, aquello que nos "hace" felices o tristes] que se han asociado a experiencias adaptativamente agradables y desagradables en el pasado. Pero los atributos de poder, estatus y dinero, por ejemplo, no son inherentemente placenteros, aunque así lo parezca en la actualidad. Simplemente brindan derivados de placer que podemos editar de manera química para hacerlos desaparecer. Sus representaciones corticales tienen que enervarse con emociones generadas en el sistema límbico de la manera correcta (o incorrecta) para que nos parezcan agradables.
Entonces, racionalmente, si queremos modular nuestra felicidad para que sea segura y socialmente sostenible, debemos preprogramar el bienestar de manera genética de modo tal que se apaguen los viejos circuitos de dominación y sumisión. Este apagado es viable hoy de forma bruta usando serotoninérgicos, tanto recreativos como clínicos. Pero puede ser integral y permanente. La terapia génica de líneas germinales es mejor que pasar una vida consumiendo fármacos.
¿Es probable que reescribamos nuestro código genético tan monumentalmente?
Sí, lo es. Es inminente que ocurra una revolución en las tecnologías reproductivas. Puede que en algún momento sea normal realizar diagnósticos preimplantacionales de manera universal. En el entretanto, quienes disfrutan de imponer su poder en una era en la que aún no hemos sido rediseñados pueden obtener emociones más fuertes jugando dentro de realidades virtuales inmersivas que participando de la política partidista de primates. Si uno sueña con ser dueño del universo, pues que así sea: para gustos, colores. El software narrativo que permite estos mundos virtuales incluso puede ser aumentado farmacológicamente en los usuarios para que ser el amo de los mundos virtuales sea siempre mejor que el mundo real, el cual quizás un día quedará olvidado en la colección de un anticuario. La fusión de drogas y mundos generados por computadora creará una verosimilitud muchísimo mayor que lo que puede alcanzar la anticuada realidad virtual orgánica, aquellas simulaciones dinámicas que quienes tienen una idea perceptual ingenua de la realidad llaman el mundo. Pues vivimos dentro de un régimen desagradable y frustrante que se hace pasar por la realidad misma, pero que en realidad es un constructo que el ADN ha codificado de manera específica para cada especie.
Bueno, ¿pero podemos relegar por completo estos juegos de poder a la realidad virtual? ¿No querrán los Alfas del futuro dominar tanto fuera como dentro de esta?
Responder a esa pregunta requeriría un libro entero, no solo los argumentos tangenciales de un ensayo literario. Pero si podemos disfrutar de la champaña, ¿por qué beber alcohol desnaturalizado? Ni siquiera ganas habría de intentarlo. Al igual que los animales no humanos, tenemos respuestas más poderosas a estímulos supernormales de gran impacto emocional. Ser estimulado desde temprana edad por la verosimilitud amplificada de una combinación de drogas y realidad virtual tenderá a eclipsar cualquier otra alternativa posible. Esto no niega que, en cualquier transición a un paraíso posdarwiniano, tendrán que establecerse enormes garantías, tan elaboradas como las múltiples protecciones que resguardan los códigos de lanzamiento de las armas nucleares. En el futuro cercano, por ejemplo, es probable que examinemos exhaustivamente los perfiles de ADN de los candidatos a autoridades políticas, tanto como indagamos sobre sus deslices sexuales. Pues sería imprudente elegir seres primitivos sin enriquecer y dotados de genotipos potencialmente peligrosos. Al ponernos a nosotros mismos y a nuestros hijos en estados de, digamos, amor empático y confianza similares a los creados por el éxtasis, seríamos más vulnerables ante cavernícolas genéticos. Pero con mayor razón debemos diseñar sustancias análogas al éxtasis y la cocaína que combinen las mejores características de ambos: seguras, sostenibles y responsables.
Incluso si fuéramos a confinar las fantasías de quienes disfrutan de abusar de su poder a universos privados donde se hicieran realidad, es probable que seguiría pareciéndonos una actitud inquietante. Una de las razones por las que nos genera aversión la idea de ser dominados, controlados y manipulados al estilo de UMF es que asociamos esas imágenes con la frustración, el desagrado y la depresión. Indudablemente, los habitantes de Un mundo feliz, en general, están felices y no deprimidos. Pero son todos papanatas manipulados, con excepción quizás de los Interventores. Nos inquieta y deprime pensar que podríamos ser víctimas de un destino similar. Un mundo feliz le da a la felicidad una mala reputación.
Pero son adversidades que deben estigmatizarse y extinguirse. Un mundo feliz dignifica las sensaciones desagradables maquillándolas de un noble salvajismo justo cuando estas están a punto de ser biológicamente opcionales. Y a veces estas sensaciones desagradables pueden ser horribles, tan malas como para no poder describirse en palabras. Por ejemplo, algunas formas de extremo dolor son tan terribles que uno sacrificaría al mundo entero si pudiera salvarse de experimentarlas. Dolores de esta intensidad están sucediendo ahora mismo en el mundo viviente. Es un error cuestionarnos si tal dolor es realmente tan malo como parece, porque la realidad es la apariencia que uno intenta en vano describir. Los extremos a los que llega el llamado dolor "mental" son igual de espantosos; pueden encarnar la desesperanza suicida mucho más que los ánimos bajos del día a día. Están ocurriendo ahora mismo en el mundo viviente. Su existencia refleja cómo están construidas nuestras mentes/cerebros. A menos que el sistema nervioso central de los vertebrados sea recodificado genéticamente, tales traumas y malestares seguirán existiendo en cualquier utopía.
Por ejemplo, ninguna descripción conductual de la depresión severa, ni siquiera de un caso moderado, le hace justicia a su atrocidad subjetiva. Pero el espectro de signos y síntomas depresivos seguirá existiendo incluso en un jardín del Edén futuro, mientras no contemos con buenos fármacos y mejores genes. Podemos entender la evolución de estados depresivos en animales sociales como una ventaja selectiva de los comportamientos depresivos para reforzar patrones adaptativos de dominación y subordinación, evitar confrontaciones físicas dañinas con rivales superiores o para inducir frenesíes hipercolinérgicos de pensamientos reflexivos cuando la vida da un giro perjudicial (para nuestros genes). Del mismo modo, la ansiedad social con sus sensaciones intensas y desagradables a veces era adaptativa. Y también lo era una capacidad involuntaria para ser atormentado por los celos, el miedo, el terror, el hambre, la sed y el disgusto. Nuestras nociones de dominación y subordinación están embebidas dentro de esta sopa de emociones. Claramente, son fundamentales para nuestras relaciones sociales; impregnan por completo nuestro esquema conceptual. Cuando intentamos imaginar un futuro distante, es posible que pensemos en una tecnología exageradamente avanzada, pero, al mismo tiempo, emocionalmente, pensamos en términos primitivos de dominación y sumisión, de jerarquías y estructuras de poder, de superioridad e inferioridad. Incluso al imaginar las computadoras o robots del futuro, es posible que tengamos fantasías simplistas donde nos vemos siendo usados, dominados y derrocados. Asimismo, suponemos que los extraterrestres insectoides del planeta Zog también, así como sus parientes con cabeza de hidra de la ciencia ficción, comparten la misma estructura motivacional que nuestros ancestros vertebrados. En la superficie pueden ser alienígenas (con todos esos tentáculos), pero en el interior son tal como nosotros. ¿De seguro querrán dominarnos, controlarnos, invadir la Tierra, etcétera? La visión que Huxley pinta del control y la manipulación es (algo) más sutil, pero es parte de la misma tradición atávica.
Por el futuro previsible, estas preocupaciones no son anodinas. Es válido que nos preocupe que si algunos de nosotros (quizás la mayoría) terminamos medicados, modificados genéticamente y conectados a mundos diseñados, quizás podríamos ser controlados por titiriteros invisibles para satisfacer sus propios fines, sean cuales sean sus motivaciones. ¿Quién se quedará a cargo de la infraestructura basal que sostendrá todas las capas de realidad virtual y que, en definitiva, será quien dirija el espectáculo?
¿Quién custodiará a los custodios?
Debemos admitir que es poco probable que los poshumanos sofisticados y enriquecidos intelectualmente sean realistas ingenuos sobre la "percepción", por lo que reconocerán que lo que sus ancestros llamaban "vida real" no contaba con más privilegios que, por ejemplo, el "mundo medieval", los mundos virtuales representados por nuestros ancestros medievales. Pero los humanos primitivos sin enriquecer viviendo en realidades virtuales orgánicas seguirán siendo un peligro que en cualquier momento podrían derrumbarlo todo. En algunos sentidos limitados, sus mundos virtuales, como los nuestros, podrían covariar causalmente con el mundo independiente de las mentes de formas que no lo harían quienes vivan felices de manera perpetua en realidades virtuales completas. ¿Será algún día seguro ser completamente amables y felices?
Estos temas también requieren un libro entero, quizás muchos libros. Las obsesiones que expresan son, sin duda, de mucho interés para los humanos contemporáneos. Imágenes sadomasoquistas de dominación y sumisión aún son muy relevantes en nuestras fantasías. Las categorías de experiencia que reflejan eran de una importancia enorme en la sabana africana, donde impactaban la capacidad de conseguir las "mejores" parejas y dejar la mayor cantidad de copias genéticas. Pero no persistirán para siempre. La tendencia de estos síndromes de dominación y control será eliminada por completo del genoma una vez que seamos capaces de sobreescribir el guión. Pues, en general, queremos que nuestros hijos sean amables.
De manera más amplia, el ambiente de adaptación evolutiva entero está por vivir una revolución. Esto es importante. Los criterios de la adaptabilidad genética cambiarán también una vez que ciertos grupos de alelos dejen de ser resultados de mutaciones azarosas y de la selección natural ciega y sean, en cambio, el resultado de preselección consciente por parte de agentes inteligentes con la intención de obtener efectos deseados. Las acepciones sociobiológicas y populares del término "egoísta" comenzarán a divergir en vez de solaparse como ocurre normalmente. La naturaleza humana, supuestamente "inmutable", también cambiará cuando la reescritura genética cobre fuerza y la revolución reproductiva alcance la madurez. La era darwiniana clásica está pronta a terminar.
Por desgracia, puede que se prolonguen sus gritos de agonía. El pesimismo instintivo y una completa desconfianza de la naturaleza humana son ubicuos entre los críticos humanistas de la prensa. Es algo común entre académicos del mundo literario. Y, por supuesto, cualquiera que se dedique a sembrar el pánico y sea medianamente competente tenderá a extrapolar con ligereza las tendencias del pasado y aplicarlas al futuro. Pero el antiutopismo ignora incluso las discontinuidades previsibles que nos esperan en el proceso de maduración hacia la poshumanidad. Especialmente, ignora la gran transición evolutiva que ya es inminente para el futuro de la vida. Esta será la era en la que reescribiremos nuestro genoma bajo nuestros propios intereses para hacernos felices en el sentido más exuberante del término. En el entretanto, solo somos actores interpretando los mismos dramas de siempre que han sido guionizados por nuestro ADN egoísta.
Un mundo feliz es una sociedad estúpida. En gran medida, incluso los Alfas no hacen nada más eminente que jugar al Golf de Obstáculos. Un puñado de Alfas están descritos en detalle: Bernard, Helmholtz y Mustafá Mond. Estos son realmente listos. Huxley es demasiado brillante como para escribir una novela con personajes principales necios que sean convincentes. El Salvaje, en particular, es un vehículo de una elocuencia inverosímil que Huxley usa para manifestar sus propias convicciones. Pero, en general, los habitantes del mundo feliz son inválidos cerebrales de mentes vacías en pleno deterioro cognitivo; cerdos felices más que versiones infelices de Sócrates. Filisteos
Dado que los utopianos están, en su mayor parte, satisfechos con sus vidas, no producen grandes obras de arte, pues estas son supuestamente incompatibles con la felicidad. Huxley tiene una gran apreciación por las grandes obras de arte y literatura. ¿Pero acaso el genio artístico realmente se sofoca sin tormento interno? ¿Es el paraíso exclusivo para incultos? Hay una gran cantidad de trabas ideológicas que debemos desatar o, de preferencia, cortar cual nudo gordiano. La existencia de grandes obras de arte, a diferencia de las (controvertidas)
grandes obras de la ciencia, no es un hecho del mundo que sea independiente del Estado. En especial, las "grandes obras de arte" dependen de cómo resuenan estas con su audiencia. En la actualidad, estamos obligados a funcionar con un wetware de legado y un malestar genéticamente guiado. A menudo es desagradable y a veces terrible. Por ello, hoy podemos apreciar muy bien las "grandes" novelas y obras de teatro que tratan de asesinatos, violencia, traición, abuso infantil, desesperanza suicida, entre otros. Tales temas nos resultan más "auténticos" que banalidades joviales, en especial cuando han sido escritos en una prosa clásica bien hecha. Gracias a esto, la (decadente) inteligentsia de Oxbridge puede celebrar, por ejemplo, la maravillosa experiencia catártica que ofrecen las tragedias griegas con sus relatos diarios de zoofilia, canibalismo, violaciones y asesinatos entre dioses griegos. Qué agradable cuando nuestros apetitos más basales pueden vestirse con tanta elegancia.
Pero después del cambio de fase extático que le aguarda a nuestros estados afectivos (lo cual será la transición evolutiva más importante para el futuro de la vida misma), el canon literario clásico puede que termine siendo olvidado. Es poco probable que las mentes enriquecidas con diferentes emociones encefalizadas de maneras diferentes se sientan edificadas por los mecanismos culturales de una era obsoleta. Por otro lado, nosotros mismos podríamos tener una visión prejuiciada de los productos artísticos creados por una civilización de extáticos de nacimiento. Esto porque cualquier arte del futuro que explore las vidas basadas en gradientes de placer nos parecerá bastante insípido. Nos cuesta imaginar un sabor de sublimidad, ni hablar de una multitud.
Pero persiste la molesta pregunta: ¿serán el arte y la literatura de la posteridad [o formas de arte que expresen modos de experiencia a los que aún no hemos tenido acceso] realmente grandes obras? Para sus creadores, por supuesto que sus obras serán brillantes, hermosas, conmovedoras y profundas. ¿Pero se estarán engañando sus autores? ¿Será que, al vivir sus vidas en estado de éxtasis, habrán perdido el verdadero sentido crítico, incluso si retienen sus análogos funcionales de manera sutil?
Este tipo de preguntas requiere de un tratado entero sobre la naturaleza y la objetividad de los juicios de valor. Aunque quizás es fútil preguntarnos si seríamos capaces de apreciar el arte extático de 500 o 5000 años en el futuro. Simplemente no sabemos de lo que estamos hablando, pues somos cerdos infelices y nuestro propio arte no son más que perversiones congruentes con nuestro humor. El verdadero filisteísmo del que debemos preocuparnos yace en el analfabetismo emocional del presente. Nuestros descendientes enriquecidos genéticamente no necesitarán de nuestra condescendencia.
Las cosas salen mal
Incluso según sus propios criterios, UMF no es una sociedad donde todo el mundo sea feliz. Hay asilos en Islandia y en las Islas Malvinas/Falklands para machos Alfa inadaptados. Bernard Marx está descontento y emocionalmente inseguro; un error en la planta de envasado lo dejó canijo. Lenina tiene lupus. Si se te termina el soma, destino que acaece a Lenina al visitar la Reserva, te sientes enfermo: el bienestar no está realmente preprogramado desde la genética. Casi cada página de la novela está impregnada de vocabulario negativo. Su dialecto pertenece a una era que hipotéticamente ha superado. La sociedad entera del Estado mundial es una abominación; es ciencia descontrolada, en opinión de la mayoría, al menos. En Nueva visita a un mundo feliz, Huxley claramente espera que compartamos su repulsión.
¿De seguro toda utopía puede salir mal? Nos hace pensar en el cristianismo, el experimento soviético, la Revolución francesa, y la Kampuchea Democrática de Pol Pot. Todas las ideas e ideales son pervertidos por el poder y la búsqueda del mismo. ¿Qué horrores podríamos estar haciendo posibles si buscamos un proyecto mundial para abolir los sustratos biológicos del malestar en todas las especies?
Hay una distinción importante que debemos establecer. En una civilización futura donde las experiencias aversivas sean genéticamente imposibles (prohibidas no por decreto sino porque ya no existan sus sustratos bioquímicos), el significado de que las cosas salgan mal será diferente del actual. Si hemos de adoptar un nuevo significado, entonces estaremos lidiando con un concepto distinto y vagamente definido en la actualidad (si es que no místico). Debemos evitar confundir ambos sentidos. Pues si somos incapaces de sentir aversión, entonces la idea de que las cosas salgan mal en nuestras vidas (o en las de cualquier otro) no aplica más que en sentido figurado. "Salir mal" y "ser terrible", como entendemos estos conceptos hoy, son inextricables de las texturas de desagrado que les dieron su origen. Su mera transposición a una era posdarwiniana no funciona.
Quizás puedan aplicarse equivalentes funcionales de que las cosas salgan mal, incluso en un paraíso biológico secular donde la fenomenología de las experiencias desagradables se ha eliminado por completo. La idea no es totalmente fantástica. Por el futuro previsible, equivalentes funcionales del dolor fenoménico serán necesarios para los primeros transhumanos tanto como para los robots de silicio con el objetivo de alertar a sus cuerpos de cualquier daño a sus tejidos, entre otros. También se necesitan estos equivalentes funcionales de "cosas que salen mal", al menos en cierto sentido, para producir las grandes obras de las ciencias y la tecnología, para que se mantenga la agudez de nuestro pensamiento crítico; la manía eufórica descontrolada no es un ingrediente del genio científico, ni siquiera en la más poderosa supermente. Pero directa o indirectamente, la noción misma de "salir mal" con el sentido que se entiende actualmente parece estar atada con una fenomenología de la consciencia distintiva y desagradable: una deficiencia del bienestar, no un superávit.
Esto no nos detiene de imaginar escenarios de dichosas utopías que nos parecen de mal gusto (o incluso pesadillescas) cuando las contemplamos a través del filtro de nuestra oscurecida mente. Porque las consciencias que no han sido enriquecidas químicamente son un medio que corrompe todo aquello que busca expresar. El medio no es el mensaje, pero el primero deja su impresión de manera indeleble en el segundo. Podemos imaginar mundos del futuro donde no existen grandes obras de arte, no hay verdadera espiritualidad, no existe una humanidad real, ni el crecimiento personal nacido de los traumas y tragedias que suelen enriquecer la vida, etcétera. Podemos también imaginar futuros hipotéticos con sistemas de creencias que descansan sobre metafísicas falsas, por ejemplo, una teocracia ideal. ¿Es realmente una utopía si resulta ser que Dios no existe? Pero es difícil no concluir que "efectos adversos" por los que nadie sufre son fantasías ontológicas. El espectro de distopías felices puede que le preocupe a algunos en la actualidad más que parecernos una contradicción intrínseca. Pero al igual que Un mundo feliz de Huxley, son fantasías que surgen de la misma patología de la que intentan advertirnos.
Esto no implica negar que la transición a una era posdarwiniana será estresante y estará llena de conflictos. Por medio del Interventor nos enteramos que esto también ocurrió en Un mundo feliz: la civilización como la conocemos hoy fue destruida durante la Guerra de los Nueve Años. Es de esperar, aunque hay poca evidencia, que la turbulencia social previa al nuevo orden genético sea menos traumática. Pero la suposición de que una sociedad basada en la felicidad universal conseguida por medio de la ciencia es inherentemente mala, como Huxley nos quiere hacer creer, descansa sobre una metafísica misteriosa y una ética cuestionable. El pecado como concepto es mejor que se lo dejemos a los teólogos medievales.
Un mundo feliz es una utopía de producción y consumo "fordista". Pero pareciera ser que no existen test de drogas obligatorios en los lugares de trabajo para detectar el soma: si existieran, supongo que su detección sería apoyada. En nuestra sociedad, el consumo de drogas puede interferir con el rol que uno cumple en el trabajo. Conseguir drogas ilícitas puede desviar al usuario de vivir un estilo de vida ortodoxo como consumidor. Esto porque incluso las recompensas inmediatas que ganamos con los euforizantes recreativos de baja calidad son más intensas que los subidones que obtenemos de los atavíos de consumo. No obstante, en UMF la producción y el consumo de bienes manufacturados están integrados, de alguna forma, de manera armoniosa con un estilo de vida de drogas y sexo. A sus habitantes no se les permite tiempo para la contemplación espiritual. Se desincentiva la soledad. A los utopianos se los mantiene a propósito ocupados y enfocados en su trabajo para generar aún más consumo: "no hay ocio que no pueda llenarse con el placer". Consumista
¿Será este también nuestro destino?
Casi seguro que no. Las visiones productivistas del paraíso son poco realistas cuando no incluyen la esencial revolución genómica de la ingeniería hedónica. Más allá del mínimo necesario para subsistir, no existe una correlación positiva inherente y a largo plazo entre la riqueza y la felicidad. Los golpes de suerte y las compras compulsivas sí suelen darnos unos subidones a corto plazo, pero no desmantelan la caminadora hedónica de mecanismos de retroalimentación inhibitoria del cerebro. Todos tenemos puntos de ajuste hedónicos alrededor de los cuales nuestro "bien" estar fluctúa. Esos puntos de ajuste son difíciles de recalibrar durante toda una vida sin la ayuda de fármacos o intervenciones genéticas. Sistemas interconectados de neurotransmisores del SNC han sido seleccionados para encarnar ciclos de retroalimentación negativa tanto a corto como a largo plazo. Suelen ser eficientes. A menos de que sean desmantelados por medios químicos, estos mecanismos evitan que estemos satisfechos (o clínicamente deprimidos) por mucho tiempo. El ciclo interminable de altos y bajos, nuestra representación privada del mito de Sísifo, es una "adaptación" que ayuda a nuestros genes egoístas a dejar más copias de sí mismos, pero en la naturaleza, el descontento sin descanso le ganaba la competencia genética a la holgazanería feliz. Es una adaptación que no se irá solo por alterar nuestro ambiente externo. Esto no niega la posibilidad de que nuestros descendientes tengan un temperamento extático. Puede que también consuman un montón de bienes materiales, si no pasan todas sus vidas dentro de fantasías de realidad virtual. Pero su bienestar no puede venir de orgías desenfrenadas de consumo personal. La verdadera salud mental depende de que desmantelemos la caminadora hedónica o, dicho de manera más precisa, recalibremos su eje para dotar a sus poseedores de un sistema motivacional basado en gradientes de un bienestar inmenso.
¿Qué tipo de escenarios podemos esperar? Si optamos por gradaciones de felicidad genéticamente preprogramada, ¿en qué es probable que se enfoque este maravilloso bienestar, si es que existe algún foco?
Primero, en una sociedad cuya tecnología de la información ha alcanzado la madurez, el uso de la psicofarmacología y la biotecnología al servicio de la adopción generalizada de softwares de realidad virtual brinda la oportunidad de que todos tengan buenas experiencias de manera ilimitada. Cualquier experiencia sensorial que uno quiera, cualquier multiplicidad experiencial que uno pueda imaginar, cualquier estructura narrativa que uno desee, puede implementarse mejor en la realidad virtual que en concepciones obsoletas de la vida real.
En el presente, la sociedad se basa en la suposición de que los bienes y servicios (y las buenas experiencias que generan) son un recurso escaso y finito. Pero cuando la realidad virtual haya sido adoptada de manera masiva podría generar (en efecto) la abundancia infinita. Una sociedad basada en la tecnología de la información remplaza al paradigma de suma cero y a la producción en masa del modelo fordista, y sobreescribe las reglas ortodoxas de la economía de mercado. La capacidad de la realidad virtual inmersiva multimodal de darnos la posibilidad de ser Señor de la Creación o Casanova, El Insaciable, etcétera, dependiendo del software que uno elija, pone universos enteros a nuestra disposición. Esto puede significar ser dueño de "billones de dólares", montañas de "bienes lujosos" y riquezas y recursos ilimitados, por usar la terminología arcaica del presente. De hecho, se podrá contar con todos los bienes materiales que uno desee y cualquier mundo virtual que uno quiera, y todo parecerá tan "poco virtual" como uno estime. Dentro de algunos pocos siglos, puede que demos por sentado la opulencia [in]material. Y esta abundancia virtual no será prerrogativa de una pequeña élite. La información no tiene esta limitación. Ni tampoco dependerá de la labor exhaustiva de una masa de trabajadores. La información tampoco tiene esta limitación. Si así lo deseamos, la nanotecnología promete la abundancia tradicional para todos, tanto dentro como fuera de la realidad virtual sintética.
Pero la nanotecnología no es magia. Los robots moleculares autorreplicantes que se crearán con ella probablemente siguen estando más lejos de lo que suponen sus entusiastas, quizás hasta varias décadas. Puede que tengamos que esperar siglos o incluso más antes de que los nanorrobots puedan remodelar el cosmos para hacerlo un lugar digno de habitar y llamar nuestro hogar. Los detalles de su programación, navegación, fuente de energía, cómo localizarán los átomos a reconfigurar, etcétera, son notoriamente vagos. Pero sigue siendo cierto que en el aburrido mundo exterior que es independiente de nuestras mentes, la nanociencia aplicada nos dará una inconmensurable superabundancia material.
Hay que admitir, no obstante, que, en gran medida, la vasta opulencia material no será necesaria una vez que contemos con la realidad virtual, porque podremos todos elegir vivir en los paraísos inmersivos de diseño que cada uno desee. Al principio, puede que estos mundos virtuales solo remeden y aumenten nuestras realidades virtuales orgánicas. Pero el prototipo clásico de un mundo virtual egocéntrico es muy limitado y horriblemente restrictivo: la imagen corporal que nos brinda, por ejemplo, es de mala calidad y viene con el defecto de una obsolescencia programada. Las realidades virtuales orgánicas no programadas pueden ser odiosamente crueles también; los algoritmos genéticos de la naturaleza están muy mal escritos y pésimamente implementados. A fin de cuentas, puede que la realidad virtual artificial llegue a remplazar a su antecesor orgánico de la misma forma (in)completa que los mundos macroscópicos cuasi-clásicos emergieron del sustrato cuántico. Esta transición es concebible. Pero si llegará a suceder o hasta qué grado, simplemente, no lo sabemos.
Es bastante emocionante. ¿Pero es viable socialmente? ¿Acaso estas profecías no suponen un determinismo tecnológico ingenuo? Pues se puede argumentar que las experiencias combinadas de drogas sintéticas con realidad virtual (ya sean interactivas o solipsistas, profundamente conmovedoras o fantasías que cumplan nuestros sueños y deseos) siempre serán imitaciones inferiores a sus predecesores orgánicos. ¿Por qué las querríamos? ¿No nos aburriremos después de un tiempo? De seguro la vida real es mejor.
Por el contrario, las drogas sumadas a la realidad virtual tienen el potencial de otorgar un sentido de la verosimilitud aumentado; y un entusiasmo electrizante. Los mundos virtuales tienen el potencial de parecer más reales, genuinos, intensos y convincentes que aquello que llamamos la realidad hoy, la cual en comparación es sosa. La sensación de que algo es real (al igual que toda nuestra consciencia durante la vigilia y el sueño) es un conjunto de eventos neuroquímicos en el SNC. Puede amplificarse o reducirse, como cualquier otra experiencia. La realidad no admite grados, pero nuestros sentidos al percibirla sí los tienen. Contaremos con controles para ajustar el tono, el canal y el volumen. Pero cuando hayamos decidido lo que queremos, el sabor auténtico del paraíso será adictivo.
Entonces, Un mundo feliz se equivoca en un sentido importante. Nuestros descendientes puede que "consuman" software, mejoras genéticas y drogas de diseño. Pero el futuro será de bits y bytes, no de trabajadores en fábricas de producción masiva o víctimas de una sociedad de consumo. En cierto sentido, UMF es ciencia ficción sorprendentemente profética en las áreas de ingeniería genética y clonación. Pero en otros casos, su representación de la vida en los siglos venideros es anticuada y retrógrada. Siempre lo son nuestros intentos de imaginar tiempos del futuro distante. El futuro será irreconociblemente mejor.
UMF es, en esencia, una sociedad desprovista de amor. Tanto el amor romántico como el amor filial son tabús. La familia misma ha sido abolida en todo el mundo civilizado. Sin embargo, nos enteramos luego que el mojigato director de Incubación y Condicionamiento es culpable de haber tenido una indiscreción con un Beta-Menos durante una visita a la Reserva veinte años atrás. Cuando John El Salvaje cae de rodillas y lo saluda como "padre", el director lleva sus manos a sus oídos intentando apagar la obscena palabra, en vano. Siente vergüenza. Tras esta humillación pública, abandona el cuarto. Pantomimas como esta (divertidas, pero fantasiosas) contribuyen a hacernos sentir que un régimen de bienestar universal implicaría la pérdida de algo valioso. Se nos conduce a creer que la felicidad utópica se construye sobre el sacrificio: sobre la pérdida del amor, la ciencia, el arte y la religión. Pero, al contrario, la verdadera ingeniería del paraíso puede amplificarlos todos; una ventaja, más que una renuncia. Sin amor
En UMF, también se disuade el amor romántico. Sus habitantes han sido condicionados para ser promiscuos sexualmente: "todo el mundo pertenece a todo el mundo". Pero en vez de promover el placer de la liberación sexual, Huxley busca mostrar cómo la promiscuidad es una devaluación del amor, no una expresión de este. Al Salvaje le gusta la adorable Lenina tanto como él le gusta a ella. Pero él también la ama y siente que tener sexo con ella la deshonraría. Por ello, cuando la pobre mujer expresa el deseo de tener sexo con él, termina siendo tratada como una prostituta.
Huxley no explora con compasión la posibilidad de que la mojigatería y la culpa sexual hayan atribulado más vidas que el sexo. En una utopía verdadera, los equivalentes de John y Lenina gozarán de hacer el amor de manera fantástica, tendrán una admiración mutua eterna y, si lo desean, podrán vivir juntos para siempre.
¿Muy iluso? ¿Un mal uso de la ciencia? Para nada. Es simplemente una opción biológica técnicamente posible. Considerando lo que le hacemos a quienes amamos en el presente, sería también una opción más compasiva. En todo caso, deberíamos tener la libertad de elegir.
Los utopianos no cuentan con esta elección. Y no es solo que carezcan de amor a nivel personal, tampoco se los respeta como individuos. El envejecimiento se ha eliminado, pero cuando los utopianos mueren (rápidamente y no tras un largo proceso de senectud), sus cuerpos se reciclan para servir como fuentes de fósforo. Por consiguiente, Un mundo feliz es una parodia grotesca de una sociedad utilitarista, tanto en un sentido práctico como filosófico.
Es bastante buena como astracanada. El problema es que algunos se han tomado algunas cosas en serio.
A menudo, se representa la ciencia como deshumanizante. Un mundo feliz es el epítome de este miedo. "Mientras más comprendemos el mundo, más parece no tener sentido alguno" (Steven Weinberg). Es cierto que la ciencia puede parecer escalofriante cuando la concebimos en abstracto como cosmovisión metafísica. Puede que nos sintamos habitando un universo que ha sido despojado de todo significado humano: participantes de un baile indiferente donde danzan moléculas o armónicos de supercuerdas se sacuden sin sentido junto a sus parientes de brana. La naturaleza parece desafecta e indiferente a nuestras vidas. ¿Qué derecho tenemos a ser felices?
¿Pero qué derecho tenemos a quejarnos? Si hemos erradicado el sufrimiento con la medicina, ¿es necesario justificar la felicidad? No justificamos el color verde ni el sabor de la menta. ¿Hay alguna razón metafísica por la que deberíamos sentir depresión por la inmensa gravedad del dilema humano?
Solo si hacerlo beneficia a alguien, pero no hay mucha evidencia de ello. Por el contrario, la ingeniería del paraíso puede darnos un jardín del placer encantador, repleto de delicias celestiales para todo el mundo. Providencialmente, la aplicación de la biotecnología nos ofrece la posibilidad antes imposible de mejorar nuestra humanidad, así como nuestra capacidad biológica para tener experiencias espirituales. Cuando nos hayamos enriquecido genéticamente, no perseguiremos estos placeres para escapar de una sensación interna de futilidad ni de la angustia existencial que carcome y desfigura tantas vidas en la actualidad. Al contrario, la vida será autointimativamente maravillosa. Sobreescribir nuestro código genético de manera integral y luego ajustarlo con drogas diseñadas racionalmente nos dará la oportunidad de aumentar nuestra fuerza de voluntad y motivación. Podremos disfrutar de una gran sensación de propósito en nuestras vidas, superior al que nos permiten nuestros sistemas de dopamina tan propensos a funcionar mal. Lo que es más, esta transformación del mundo vivo en un nirvana impregnado de un significado celestial, del que en algún momento gozará también el cosmos entero, de ninguna forma será "antinatural". Solo será una consecuencia encubierta del funcionamiento normal de las leyes físicas.
Y, posiblemente, será un mundo lleno de amor. Hasta ahora, las presiones de selección se han asegurado de maldecirnos con un genoma que nos convierte en brutos insensibles, si bien en ocasiones tenemos intenciones honorables. Somos egoístas tanto en el sentido popular como en el técnico en el área de la genética. El amor y el afecto a veces se acaban incluso entre amigos y parientes. La indiferencia casi psicopática que sentimos hacia las demás criaturas de este planeta es una consecuencia de nuestro ADN egoísta. La sociobiología en alianza con la psicología evolucionista muestran cómo la disposición genética para el conflicto está latente en cada relación que se da entre organismos que no sean clones genéticamente idénticos. Estos conflictos en potencia a menudo estallan para convertirse en conflictos abiertos. El costo que traen es un sufrimiento inmenso y, a veces, angustia suicida.
No quiero negar que el amor es real, pero los manantiales modernos de los que brota han sido envenenados desde la fuente. En la actualidad, solo consigue prosperar el tipo de amor que ayuda al ADN egoísta a dejar más copias de sí mismo, que le permite maximizar su "eficacia inclusiva". El amor es efímero, inconstante y moldeado por los criterios arbitrarios y crueles de la apariencia física que sirven como señales de potencial reproductivo. Si consideramos que el amor es algo valioso, debemos rescatarlo de nuestros genes, que han capturado y pervertido los estados intermedios que manifiestan su expresión con el fin de perseguir el éxito reproductivo. A diferencia de Un mundo feliz, el amor no es biológicamente inconsistente con la felicidad duradera.
Porque los buenos genes y los buenos fármacos nos permiten, en potencia, amar a todo el mundo de manera más sincera, empática y sustentable de lo que ha sido posible en el pasado. De hecho, no hay una razón biológica fundamental por la que el genoma humano no pueda ser sobreescrito para que todos se "enamoren" de todo el mundo, si así lo queremos. Pero probablemente será suficiente que nos amemos los unos a los otros, además de ser ya bastante milagroso. La devoción religiosa vacía podría transformarse en una realidad biológica.
El amor es versátil; no es necesario que seamos ángeles célibes. El amor verdadero no significa que seremos almas incorpóreas que vivan en comunión unas con otras el día entero. No es necesario que el sexo "promiscuo" esté desprovisto de amor. Los bonobos ("chimpancés pigmeos") son un ejemplo de esto: ellos apreciarían los "Servicios de Solidaridad" más que nosotros. Cuando curemos la culpa sexual y los celos (trastorno universal de la función serotoninérgica), ir de cama en cama no será tan irresponsable moralmente como lo es hoy. Mejor aún, al diseñar pociones de amor y drogas inteligentes para la actividad sexual podremos transformar nuestro concepto de intimidad. En comparación, nuestra actual actitud torpe e ignorante parecerá ineptitud. Los sensualistas podrán optar por orgasmos de cuerpo completo con una frecuencia, duración y variedad que trascienda los débiles preámbulos sexuales de sus ancestros naturales. Es tema para otra ocasión si las aventuras sexuales de nuestros descendientes serán principalmente autoeróticas, interpersonales o tendrán formas que hoy ni siquiera podemos imaginar.
El amor profundo, en muchas formas (tanto con uno mismo como hacia los demás), es al menos tan viable como el vertedero emocional interpersonal que habitan los utopianos de Huxley.
La idea de vivir toda la vida gozando de sublimidad genéticamente diseñada le parece a algunos Salvajes contemporáneos tan escandalizante como drogarse. El concepto tradicional de vivir para siempre en el cielo probablemente tampoco los ha entusiasmado tanto, pero la inusual eminencia de su Autor ha ayudado a disuadir las críticas abiertas. En todo caso, parece haber consenso en que el departamento de relaciones públicas de Dios ha hecho un mal trabajo promoviendo el Otro Lugar entre sus seguidores. Hoy, la mayoría de las personas se interesa más por ganar la lotería y, para ser sinceros, probablemente hay más probabilidades de que eso ocurra. Quizás los representantes de Dios en la Tierra podrían haberse esforzado más en hacer atractiva la idea del cielo. Uno se pregunta si pasar una eternidad adorando a Dios puede llegar a aburrir. Empalmar genes versus inhalar pegamento
La biología molecular del paraíso
Pero la muerte de Dios, o al menos su discreta retirada tras bambalinas, no significa que debamos abandonar la idea del cielo; por cierto, no del cielo en la Tierra. El sufrimiento, ya sea solo molesto o tan horrible como para ser inefable, no tiene que ser parte de la vida.
Por desgracia, la propuesta de que las experiencias aversivas debiesen ser eliminadas por completo a través de la biotecnología tiende a ser recibida de dos maneras estereotípicas:
- La imagen de una rata estimulándose a sí misma de manera intracraneal. El degenerado frenesí con el que presiona la palanca es, en algún momento, seguido de su muerte por inanición y descuido de su integridad física.
- El soma y visiones de Un mundo feliz.
Y así como durante la mayor parte del siglo XX, cualquier demanda por más justicia social podía con éxito tildarse de comunista, hoy cualquier estrategia para erradicar el sufrimiento puede condenarse al etiquetarla con términos reaccionarios similares: ya sea como un hedonismo de estimulación craneal o como una nueva versión de Un mundo feliz. Esta respuesta no solo es superficial y simplista. Si gana aceptación, los resultados éticos serán catastróficos.
Por supuesto, el tema abolicionista rara vez sale a la conversación. En general, la felicidad universal sigue siendo desestimada de manera irreflexiva, más o menos, como algo técnicamente imposible. Y cuando nos permitimos contemplar la posibilidad, a regañadientes, se da por hecho que el nuevo régimen sería asegurado diariamente con drogas o, de forma burda, con electródos conectados a los centros de placer.
Estas técnicas sí tienen sus usos. Pero a mediano y largo plazo, esas medidas parche no serán suficientes. Todos los usos de las drogas psicoactivas pueden pensarse como un intento de corregir un problema patológico en nuestros estados de consciencia. Hay algo profundamente mal en nuestros cerebros. Si lo que tenemos fuera bueno, no intentaríamos arreglarlo. Pero no lo es, así que lo intentamos. Cuando la psiquiatría biológica alcance su madurez, se considerará que la insuficiencia de felicidad innata es una enfermedad mental: buena para el ADN egoísta en el ambiente ancestral donde surgieron esas adaptaciones, pero malo para sus vehículos desechables; es decir, nosotros. La gama entera de condicionamiento conductual, reformas socioeconómicas, psicoterapia y superdrogas euforizantes son solo paliativos para esta infección global, pero no una cura. Su existencia exige un programa de erradicación mundial, no manifiestos ideológicos inútiles ni bellas letras científicas.
Dicho esto, los obstáculos ideológicos para programar genéticamente la supersalud son más desmoralizadores que los desafíos técnicos. Para poder curar la hipohedonia, debemos reconocerla como un trastorno que principalmente nace de una deficiencia genética. Los aumentadores del ánimo y los agentes contra la ansiedad que se usan para aliviarla suelen ser categorizados como "medicinas para el estilo de vida", pero esto trivializa una condición médica seria que debe corregirse desde el origen. Por suerte, es probable que este trastorno neuropsiquiátrico hereditario que padecemos se extinga dentro de unas pocas generaciones con el progreso de la revolución reproductiva. Las experiencias aversivas y las rutas metabólicas nocivas que interceden en sus texturas serán fisiológicamente imposibles cuando eliminemos los genes que codifican sus sustratos neurales. Cuando desaparezcan, no echaremos de menos sus efectos corruptivos.
A mediano plazo, nos motivarán los equivalentes funcionales de las experiencias aversivas. A finales del tercer milenio y después, los sucesores funcionales de estas experiencias se expresarán como gradientes de un bienestar majestuoso. En este escenario, nuestros descendientes gozarán de una civilización basada en gradientes de placer que trasporten información; no es posible saber hoy si serán gradientes escarpados o superficiales. Este proyecto para toda la especie a escala mundial no tiene la misma urgencia moral que eliminar el fenómeno del dolor darwiniano (tanto "físico" como "mental"), en humanos y no humanos por igual. La prioridad ética máxima sigue siendo la eliminación total de las experiencias desagradables primarias, que a veces son inconcebiblemente aborrecibles. No es necesario ser utilitarista negativo para reconocer que librarnos de la agonía tiene precedencia moral sobre maximizar el placer. Pero tanto los fundamentalistas de la genética como los defensores entusiastas de Better Living Through Chemistry [Una vida mejor por medio de la química] están de acuerdo en un punto esencial: no hay justificación para continuar promoviendo el legado de rutas metabólicas que deprimen el ánimo por mera deferencia supersticiosa a nuestro salvaje pasado.
* * * Cuando Bernard Marx le cuenta al Salvaje que intentará conseguir permiso para que él y su madre puedan visitar el Otro Lugar, John en un inicio se muestra complacido y entusiasmado. Haciendo eco de las palabras que Miranda pronuncia en La Tempestad, este exclama: "¡Oh maravilloso nuevo mundo que alberga a tales seres!". Qué ironía. Al igual que la inocente Miranda, está ansioso de adoptar un estilo de vida que ni conoce ni comprende. Y, por supuesto, las cosas le salen mal. Pero si nos tragamos estas fantasiosas ideas literarias, terminaremos siendo el chiste nosotros. Y solo es gracioso en el mismo sentido que las "bromas" sobre Auschwitz. Pues es Huxley el que no sabe ni entiende la gloria que nos espera. Una sociedad utópica en la que seamos sublimemente felices será muchísimo mejor de lo que podemos imaginar en el presente, no peor. Y somos nosotros, atrapados en la miseria emocional de la antigüedad de la era darwiniana tardía, quienes no sabemos ni entendemos cómo serán las vidas de los superseres celestiales en que estamos destinados a convertirnos.
* * *
Versión inglesa (1998) traductor: Diego Andrade
diego.andrade.y@gmail.com, 2024.
INICIO
El Proyecto Abolicionista
El Argumento del Pinchazo
Cirugía Utópica (en español)
La Superfelicidad (en español)
El Bodhisattva Genómico (en español)
La revolución reproductiva (en español)
Jainismo de alta tecnologia (en español)
Entrevista a Nick Bostrom y David Pearce (en español)
La reprogramación de los animales predadores (en español)
Qué es ser filósofo? David Pearce entrevistado (en español)
Proyecto Genético para Crear una Biosfera Feliz (en español)
¿Cuáles son tus posturas filosóficas, en un párrafo (en español)
Una perspectiva sobre el cielo de acuerdo a la teoría de la información
El imperativo de abolir el sufrimiento: una entrevista con David Pearce (en español)
Un Mundo Feliz por Aldous Huxley (traducción al español, pdf)
David Pearce
dave@hedweb.com
BLTC Research, 1998 (última actualización, 2024)